Ahora que ya han terminado las tres etapas
pirenaicas del Tour de France de este año, y con el mal sabor de boca para “purito”
Rodríguez de tener que conformarse con el tercer puesto en el podio de la
clasificación de la montaña, tras el virtual ganador del Tour Vincenzo Nibali y el joven
polaco Rafal Majka, y tener que esperar a la Vuelta a España para demostrar una
vez más su valía, les quiero presentar esta crónica de mi pequeño Tour
pirenaico de agosto del 83, que forma parte de mi Autobiografía Entre
picos, volcanes, lagos y libros, que tengo a punto para su edición
digital.
Ya años después y con mi bicicleta de carreras
plateada, que aún conservo, el verano siguiente a la realización del servicio
militar, hago realidad mi mayor proeza ciclista. Emulando las etapas pirenaicas
del Tour de Francia, que siempre miro con gran deleite, desde el Callís cargo
la bicicleta en el coche hasta el Mariner de Sant Pau de Seguries, una gran
masía conocida además por una popular leyenda.
Allí comienzo mi aventura ciclista, que me lleva
primero hacia Sant Joan de les Abadesses y Ripoll, poblaciones que conservan
preciosos monasterios románicos, para a partir de Ribes de Freser subir la
larga y pesada collada de Toses (1.800 m), bajar hasta Puigcerdà, la capital de
la comarca de la Cerdaña, atravesar la frontera con Francia por la Guingueta
d’Ix (1130 m), rebautizada en 1815 por el duque de Angulema Luís Antonio de
Borbón y Saboya, hijo del futuro rey Carlos X de Francia, como Bourg Madame por
ser el primer pueblo francés que pisó regresando del exilio que Napoleón le
impuso en Barcelona en honor de la esposa y prima de la duquesa Teresa de
Francia, hija primogénita de los guillotinados Luís XVI de Francia y María
Antonieta.
Allí compro un meloncito y en una sombra, al lado
del río Querol me lo como con gran apetito, como es natural, y hago una pequeña
siesta antes de emprender la subida al último puerto del día, el coll de
Pimorent (1920 m), para de allí bajar hasta la población ariejoise de Acs
(Ax-les-Thermes), a 720 m, donde paso la noche en la gîte d’Etape, y reponer
fuerzas para la dura etapa de mañana.
En efecto, el segundo día empieza con la ascensión
al col de Palhièras (2011 m). Este puerto de montaña está considerado de
categoría especial en el Tour de Francia, y bien se lo merece porque, por ambos
lados, la subida es muy larga y pronunciada. Por el oeste la subida tiene 18
km, con una primer sector sombreado en
su mayor parte por un precioso bosque de hayas, hasta encontrar un pequeño
embalse y luego emprender la dura cuesta final, con rampas de hasta el 18%. Por
este lado es por donde lo subo yo, necesitando detenerme hasta un total de 3
veces para recuperar un poco de fuerzas.
La bajada hacia el Querigut tiene en su parte
superior también unas curvas y pendientes muy pronunciadas, que incluso en las
dos ocasiones en que años después las subiré en el coche se acusan
notablemente, y luego atravieso un precioso bosque de abetos para seguir
subiendo hasta el coll de la Quillana (1713 m) y atravesar buena parte de la
comarca de la Cerdaña.
Paso por la estación de esquí de la Molina, donde
me tomo una cerveza y desde donde diviso el bosque donde varios años fui de
campamentos y cada mañana temprano nos bañábamos en una piscina cuya agua sale
directamente del riachuelo que pasa por el lado y es tan fría, que nos dejaba
tiesos, por proceder de la fusión de la nieve invernal y la mencionada collada
de Toses, que desciendo ya con muchas ganas de llegar a casa.
Sin embargo, antes de llegar a Ripoll me tengo que
detener porque empieza a llover y además no me encuentro muy bien para pedir a
un coche que me lleve hasta Sant Pau de Seguries, desde donde, con un último
esfuerzo, voy a buscar mi carro y llego al Callís.
©Joan B. Fort
Olivella
Atlixco, 24 de
julio de 2014.
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